El portazo que dio al salir de la casa, le hizo recobrar el conocimiento. No sabia cuanto tiempo llevaba tendida en el suelo. Se levantó como pudo. El cuerpo le dolía mucho, pero nada comparado con el dolor que sentía en el alma. Llegó casi a rastras al cuarto de baño y se miró en el espejo. Tenía la cara hinchada, y un reguero de sangre le manaba de la cabeza…Se habían casado diez años atrás, cuando ella apenas acababa de cumplir los veinte, con toda la ilusión que da la juventud, y perdidamente enamorada de aquel hombre, tan amable y atento con ella. Nunca hubiera imaginado el infierno que le esperaba.
Aún recordaba el primer golpe…
Se había comprado un vestido rojo muy atrevido. Hacían dos meses de casados y quería estar guapa para él. Preparó una cena con velas. Estaba tan impaciente por que llegara, que cuando oyó el cascabeleo de las llaves abriendo la puerta, salió corriendo hacia él…pero una sonora bofetada la frenó en seco. Nunca más volvió a ponerse aquel vestido.
Luego llegaron las palizas…
Si la saludaba algún vecino, o incluso, si alguien la miraba por la calle, él descargaba toda su ira sobre ella, golpeándola hasta cansarse. Hacía tiempo que no salía de casa por prohibición expresa de aquel hombre, pero aún así, las palizas seguían sucediéndose.
No tenían hijos, aunque había quedado embarazada varias veces. Los continuos golpes se encargaban de arrancárselos, pero tal vez fuera mejor así.
Llevaba diez largos años en aquel infierno, y no sabía cuánto más iba a poder resistirlo…
Se limpió la sangre de la cara y decidió echarse en la cama. Últimamente pasaba mucho tiempo en ella, compartiendo sus lágrimas con la almohada.
Le costaba respirar. Seguramente le habría vuelto a romper las costillas. Se tendió e intentó dormir. Se sentía cansada. Cerró los ojos, y poco a poco, una profunda paz la fue inundando por completo. Ya apenas le dolía el cuerpo. Se fue quedando dormida, hasta que al fin… dejó de respirar.
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